Hay belleza en el fracaso

Me aburren las historias de superación: nos agilipollan.

Acontecimientos, en su mayor parte anecdóticos, que describen una excepción sin norma, una moraleja sin enseñanza, una coincidencia sin posibilidad de réplica para quienes exploran los abismos de la falta de recursos, la imposibilidad y la injusticia.

Yo, personalmente, prefiero una buena historia de fracaso; de caída, de decadencia, de frustración. Algo realmente definitorio de lo que es la vida en este sistema que, además de erigido en la injusticia, se ha ido transformando —en el contexto del capitalismo tardío— en una picadora de carne.

Historias de resignación, de estancamiento, de autodestrucción: realidad cruda, descarnada, visceral. Historias que hablan de las desigualdades sistémicas, de las terribles injusticias que estructuran nuestra sociedad y que empachan los privilegios de quienes se enriquecen en la cara oculta del Sistema, al dorso de la justicia.

Siento verdadero asco hacia todo relato de este tipo que sea proyectado en nuestras pantallas, intencionalmente esgrimido hacia quienes duermen el sueño de la inacción, prendados de la calamitosa fantasía de que algún día, quizá, vayan a protagonizar una de esas historias.

Revienta tu taza de Mr. Wonderful contra el rostro del mamón que ose pensar siquiera en explotarte, esa sí sería una historia de superación.

Hay belleza en el fracaso, una belleza cruda. Por más que nos distraigan, está ahí. Una belleza irracional, a la vez consciente, muy parecida a la de las tragedias griegas.

Si no soy el único al que le repugna tanto complacismo, podríamos organizar una quedada.

Me pongo en modo poeta ruso:

Vendrá el anciano que se ha visto obligado a mendigar porque un fondo buitre lo ha desahuciado.

Vendrá el vecino que no encuentra piso, porque, de repente, quienes habitan las grandes ciudades hablan inglés —francés, alemán, noruego—, viven de rentas, pasan la mañana haciendo yoga y beben té matcha.

Vendrán los artistas que, habiendo nacido en la familia equivocada, son incapaces de abrirse camino, esos que aprietan los dientes al oír hablar de los nepo babys del mundo del arte.

Vendrá el parado, con su perenne padecimiento, un luchador estoico.

Vendrán quienes —pese a trabajar cuarenta horas semanales— no llegan a fin de mes.

Vendrán los deprimidos, los ansiosos, los irascibles.

Vendrán los desmotivados; los que ya no encuentran motivos para vivir.

Vendrán quienes llaman al Teléfono de la esperanza.

Vendrán los pervertidos.

Vendrán los manteros, los chatarreros, los indigentes.

Vendrán los carteristas del metro; los chaperos, las putas explotadas y las que no.

Vendrán los drogadictos, los maleantes, los buscavidas y los violentos.

Vendrán todos aquellos que habitan en el lado oscuro del Sistema, en la base de la pirámide.

Vendrán los músicos explotados por grandes sellos, organizadoras, festivales, plataformas de streaming

Vendrán los presos políticos, y vendrán los menores extranjeros no acompañados.

Vendrán todos.

Todos vendrán.

Porque nuestro día vendrá.

Y habrá belleza en el fracaso de los otros.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio